Entre filodendros y caracoles
Recuerdo esos días en que no hacía más que pisar polvo, cemento o tierra, con los ojos clavados siempre frente a mis pies y más allá aquella imagen, aquel rostro del pasado. Caminando de allá para acá, con los pensamientos en el ayer y los demás en lo urgente. Sin tener claro donde ir, sólo caminando.
Cuando oscurecía y mi casa reencontraba su tranquilidad perdida cada mañana salía al antejardín y me sentaba junto a la puerta a veces con un Belmont light, otras con un palito que rescataba de su fusión con la tierra. Observaba aquella vida silenciosa y cancina de las plantas, y las actuaciones cómicas de los insectos en ese escenario iluminado por la luna.
A veces se me unía mi vecino, que me hacía cómplice de su vicio y me regalaba camisetas de cajas de cigarros. Las conversaciones fueron siendo cada vez más gratas, las reuniones más animadas y resultó en un acercamiento que yo nunca imaginé.
Recuerdo que le decía que mis ojos no veían, que mi corazón no sentía y que mis labios no podían tocar otros. Estaba segura que nunca iba a encontrar a alguien que me hiciera olvidar por quién palpitaba, que desvaneciera la niebla tras la cual veía su rostro. Y cada vez él, sabiamente, me lo negaba, me repetía pacientemente que el primer amor marca, pero no esclaviza. Mi alma encontraría, un día cualquiera y sin querer aquella paz que necesitaba para volver a amar.
Los encuentros se siguieron repitiendo con mayor frecuencia. En rondas de golpeaditos de tequila con limón y sal, con suaves masajes, antiguas canciones y agradables conversaciones. Hasta que un día, después de abrir la puerta de mi casa con una de sus tarjetas, alcancé a sentir su mano aproximándose a mi cintura y la calidez de su boca cerca de mi oído, justo antes de que él pudiera notar en mis ojos la sorpresa cuando volví la cara hacia él. Me parecieron largos minutos mirándolo sin entender, mientras él susurraba una disculpa, daba un paso atrás y lo perdía de vista.
No era quien me haría olvidar, pero tenía razón.
Y ahora él se encuentra casado con su primer amor, el que iba y venía, y al parecer se prepara para ser padre. Y yo guardo en mis recuerdos aquellos días, nostalgias de ayer, en mi corazón grabados el nombre y la sonrisa de aquel amor; y mi alma tranquila ya no está sola porque un día cualquiera, sin querer lo vi con sus alas mojadas sobre el suelo. Alas que ahora vuelan cada vez más alto, planeando hacia nuevos horizontes donde siempre lo espera mi amor.
Cuando oscurecía y mi casa reencontraba su tranquilidad perdida cada mañana salía al antejardín y me sentaba junto a la puerta a veces con un Belmont light, otras con un palito que rescataba de su fusión con la tierra. Observaba aquella vida silenciosa y cancina de las plantas, y las actuaciones cómicas de los insectos en ese escenario iluminado por la luna.
A veces se me unía mi vecino, que me hacía cómplice de su vicio y me regalaba camisetas de cajas de cigarros. Las conversaciones fueron siendo cada vez más gratas, las reuniones más animadas y resultó en un acercamiento que yo nunca imaginé.
Recuerdo que le decía que mis ojos no veían, que mi corazón no sentía y que mis labios no podían tocar otros. Estaba segura que nunca iba a encontrar a alguien que me hiciera olvidar por quién palpitaba, que desvaneciera la niebla tras la cual veía su rostro. Y cada vez él, sabiamente, me lo negaba, me repetía pacientemente que el primer amor marca, pero no esclaviza. Mi alma encontraría, un día cualquiera y sin querer aquella paz que necesitaba para volver a amar.
Los encuentros se siguieron repitiendo con mayor frecuencia. En rondas de golpeaditos de tequila con limón y sal, con suaves masajes, antiguas canciones y agradables conversaciones. Hasta que un día, después de abrir la puerta de mi casa con una de sus tarjetas, alcancé a sentir su mano aproximándose a mi cintura y la calidez de su boca cerca de mi oído, justo antes de que él pudiera notar en mis ojos la sorpresa cuando volví la cara hacia él. Me parecieron largos minutos mirándolo sin entender, mientras él susurraba una disculpa, daba un paso atrás y lo perdía de vista.
No era quien me haría olvidar, pero tenía razón.
Y ahora él se encuentra casado con su primer amor, el que iba y venía, y al parecer se prepara para ser padre. Y yo guardo en mis recuerdos aquellos días, nostalgias de ayer, en mi corazón grabados el nombre y la sonrisa de aquel amor; y mi alma tranquila ya no está sola porque un día cualquiera, sin querer lo vi con sus alas mojadas sobre el suelo. Alas que ahora vuelan cada vez más alto, planeando hacia nuevos horizontes donde siempre lo espera mi amor.
4 Comentarios:
Que interesante.
Cuantas cosas se han vivido,cuantas cosas han pasado, cuantos momentos que parecian ya olvidadas vuelven a salir a la luz con un simple estimulo.
Es magica esa forma que tenemos de recordar, y traer a nuestra mente tantas cosas, olores, colores, emociones, sentimientos... y como si fuera que sucedio hace muy poco.
Tienes razón el primer amor, siempre marca... nose si se olvidara, pero lo qe es ciero pasa para muchos de nosotros a ser esa nostalgia que es evocada, cuando las cosas no estan completamente bien.
Saludos.-
A proposito se me olvidaba...
Felicidades por tu defensa!!!!
Suerte y animo con lo que sigue.
Saludos again.-
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Greets to the webmaster of this wonderful site. Keep working. Thank you.
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